sábado, 30 de mayo de 2015

No caliente lo que no se va a comer.


Si Dios me hizo a su imagen y semejanza quiere decir que Dios es una vieja que esta muy linda. Y sí, Dios nos hizo a su imagen y semejanza, es decir, pecadores. La razón fundamental por la que no sería atea es porque incurrir en lo prohibido es el placer más grande que creo que ni siquiera en el cielo debe existir tan extraordinario regocijo. Quien no haya pecado que se aliste para que le lancen la primera piedra para que se avispe.

La historia no me la se bien, me corregirán los costeños que son tan entregados a Dios y a los que hoy por este medio quisiera notificarles que por más imágenes de Jesucristo que suban a su Instagram aún no tienen garantizado un cupito en el cielo. En fin, lo cierto es que Moisés un día bajó con dos tablas que contenían 10 mandamientos, lo que History Channel no les ha dicho es que se quedó una verraca tabla arriba porque el pobre Moisés no podía con el peso de las tres y mucho menos se iba a devolver por una tercera piedra.

Esa tercera tabla contenía un onceavo mandamiento. Contrario a lo que cuenta la historia colombiana el onceavo mandamiento no era “No Darás Papaya”, la revelación del onceavo mandamiento era “No Calentarás Lo Que No te Iras a Comer”.  Si señores, ser calientahuevos es un pecado y se gradúa depende de quien sea quien incurre en la falta, por ejemplo, cuando es una mujer quien opta por ser calientahuevos se considera una culpa leve pues eso hace parte del embuste de su conquista mientras se logra enredar la presa, pero cuando un tipo es quien calienta lo que no se va comer, ni siquiera es culpa gravísima, es dolo.

Pero pecado es pecado. Matar a alguien, sea en defensa propia o premeditado, es igual un pecado. Calentar a alguien sea hombre o mujer, es pecado, porque en este mundo terrenal se tiene derecho a jugar con el corazón de alguien pero nunca con la arrechera de alguien.

Para efectos de esta historia cambiaré el nombre de la protagonista para proteger su integridad y valga la aclaración que en definitiva no fui yo a quien le sucedió porque mi dignidad aún no se cotiza a la baja. “Débora” (para hacer dramática la historia), es una coterránea mía; bumanguesa, y como  es de saberse las santandereanas no se andan con rodeos y necesitan hombres a prueba de mojigaterías para vivir su vida a plenitud.

Un día mi amiga “Débora” conoció a un tipo costeño. Según mis investigaciones antropológicas los costeños duermen con una botella de Old Parr, una camándula y un cd de Silvestre Dangond debajo de la almohada. Y así era él, un tipo de mas o menos unos 36 años, churro,  perfectamente vestido, coqueto y con un espíritu arrollador que incluso le sobraría un poquito de carisma para regalarle a Rafael Pardo y a Juan Manuela Galán y dejarlos listos para conquistar al país. Todo un Don Juan.

Mi amiga “Débora”, además de santandereana, una mujer independiente porque mis hijas, mujeres mantenidas era como se les decía a las cortesanas de la Francia de 1840 y si ustedes son “mantenidas”, las felicito por sus históricos triunfos. “Débora”, de un carácter fuerte, que sabe dárselas de imbécil en el momento preciso, de esas que se aprenden el libreto a interpretar frente a cada conquista, de las que pueden dárselas de santas como también pararse de la cama, arreglarse el pelo, lanzar un beso y jamás, nunca jamás, volver a contestar el celular. “Débora” entonces decidió que según su catalogo masculino el costeño no sería más que una conquista diseñada a hacer de las sábanas lo momentos más felices y por supuesto a entablar la mejor amistad del mundo, su costeño estaba destinado a ser un fuckfriend.

Empezó la conquista y mientras ella se las daba de niña juiciosa para poderlo agarrar entre sus garras el tipo un día le salió con que estaba bastante caliente por andar pensado en ella. “Débora” que no tenia intenciones de formalizar relación alguna con él y que para ese entonces pensaba que el onceavo mandamiento era “No dar papaya”, pensó que la papaya estaba puesta y lista para partirla. Literalmente.

Se dedicaron entonces al mundo del sexting; mensaje va, foto va, video viene y va, pero siempre imposible de concretar la faena final. “Débora” entró en estado de desesperación. Su costeño le rayó la mitad de la lógica con que funcionaba su cerebro y le disminuyó lo cabrona que podría llegar a ser. Cuando a un hombre le calientan los huevos el tema es más sencillo porque a pesar de la autocomplacencia que no es distinta en los dos géneros, los hombre están diseñados para conquistar mientras que las mujeres no.

Si una mujer quisiera estar con un hombre que sea la niña de la relación sencillamente opta porque le guste lo hay dentro de su mismo género. Hombres, no nos hagan ser los niños de la relación porque si tuviéramos testículos no seriamos tan maricas como para meternos con ustedes. A la pobre “Débora” se le fueron los meses haciendo suposiciones sobre si no era lo suficientemente interesante para su costeño, si su costeño era miedoso, si debía dárselas de santa y actuar como todas las costeñas que sueñan con el kit de marido, camioneta y niñera,  si debía llevar serenata, pagar la cuenta o si a su costeño le gustaban más las rosas o los lirios para enviarle unos  de sorpresa a su oficina pues bajo estas nuevas circunstancias ella era la que debía cortejar. Él era ella.

Hasta el sol de hoy “Débora” no ha podido devorarse a su hombre y a pesar de que le dijo que no mas y sus costeño la persuadió para que siguieran su relacionas basada en el sexting, “Débora” sigue autocomplaciéndose, cruzando las piernas y con un objetivo militar que se le convirtió en un obsesión, en pocas palabras, el costeño la enredó. La enredó de la forma más básica. Como las mujeres enredan a los hombres básicos. Básico como debe ser su costeño. Triste historia.

A nuestra edad, ya estamos muy viejas para hacer esperar y menos para que nos hagan esperar. A una mujer no se le debe hacer esperar porque la sensualidad que brota por sus poros se desperdicia. A nuestra edad y después de todos los históricos logros, ya estamos muy evolucionadas para cohibirnos a la hora de decirle a un hombre cuales son los planes que tenemos para ellos en nuestras vidas. Pero a nuestra edad pecar es la cosa más maravillosa que hay en el mundo por lo que aprender resulta una lección bastante difícil, por eso “Débora” decidió sacar del microondas todo lo que iba a calentar y no comerse y lo guardo en la nevera para cuando en realidad se la quiera embutir.

A partir del día de su confesión “Débora” me hizo prometer que después de ella vivir en carne propia a lo que hemos sometidos a los hombres por siglos y siglos, juraríamos nunca más calentar un huevo, ni siquiera para tibiarlo. Calentar lo que uno no se come es una triste agonía y a la final, lo que no se come se pudre.


El costeño de mi amiga no me conoce, pero quise poner en conocimiento el caso para que dejemos de calentar lo que no nos comemos, y para contarle al costeño que por este pecado, no habrá ninguna imagen que suba a su Instagram ni que le dedique a la Virgen que le asegure un lugar en el cielo, por el contrario, ya hizo lo suficiente puntos para que lo calienten en el infierno.